Esta leyenda propia del Altiplano central está relacionada con los lugares en donde había ríos o arroyos que corrían o cruzaban los poblados, conservándose como parte de la tradición oral de la gente de este pueblo y qué con apego a esa tradición, se presenta en esta investigación monográfica de Abasolo.
Corría los primeros años del Siglo XX, cuando una noche, cerca de las 12:00 P.M., los asistentes a la partida de baraja deciden dejar el juego para otra ocasión, por lo qué recogiendo su dinero, se ponen de pie y salen uno a uno del cuarto, qué iluminado por la lámpara de petróleo, indicaba que solo lo ocupaban para su partida de baraja.
Pedro, poniéndose su chamarra de cuero; enciende un cigarrillo y despidiéndose de sus amigos, emprende con mucha tranquilidad el camino a su casa, ya que a esa hora la luna iluminaba con gran claridad todo el contorno y los movimientos que: el viento y los pequeños roedores hacían al saltar de un lado a otro, por lo que tranquilo continua el trayecto a su casa pero, al cruzar el arroyo colorado, su perro lobo que le acompañaba, empieza a ladrar furiosamente, a la vez que retrocedía sin motivo aparente.
Al mismo tiempo, aparece una nube en el cielo y a su alrededor se suelta un fuerte viento con extraños olores, que al ser percibidos por Pedro, le producen una gran inquietud, por lo que se apresura a cruzar el arroyo. Pero, estando a la mitad escucha un largo y agudo grito que acercándose a donde él estaba repite con fuerza: “¡ay, ay; mis hijos!; ¡donde están mis hijos!” apareciendo repentinamente por el lado Sur, una mujer delgada y alta, con el pelo que le llegaba casi hasta los pies, cubierta con una túnica blanca que ondeaba junto con su pelo al avanzar hacia donde estaba Pedro, ante quien, al pasar a su lado vuelve a gritar: ¡ay, ay, mis hijos!, ¡donde están mis hijos! e inmediatamente proseguir su veloz avance, perdiéndose en las curvas que tiene el arroyo al entrar a la población, siendo perseguida durante todo este trayecto, por el ladrido furioso de su perro. Petrificado por el susto que le produjo esta aparición, Pedro queda como atontado, hasta que el perro se acerca y restregándose en su cuerpo, como acariciándole, lo hace avanzar rumbo a su casa, lo que hace, caminando muy lento y con un brillo extraño en sus ojos, por lo que su esposa que lo esperaba en la puerta, extrañada del comportamiento de su marido, lo toma de la mano y lo pasa a la casa, en donde al quitarle el sombrero, queda espantada al ver a su Pedro con su pelo (antes) tan negro y sedoso, ahora completamente blanco y reseco y su rostro, presentaba la expresión de un hombre (ido o tonto).
En el pueblo corrió rápidamente la noticia del grito que se escuchó atravesando los arroyos que cruzan el pueblo, así como lo que le pasó a Pedro por haberse cruzado con la mujer que buscaba a sus hijos.
Como el pueblo está cruzado por varios arroyos: colorado, hondo o del brinco del diablo, blanco y prieto y en aquellos años no existía drenaje en la población, todo mundo hacía sus necesidades fisiológicas y tiraba la basura al arroyo, siendo a partir de la fecha en que aparece la llorona, en que se empiezan a levantar paredes por el lado de los arroyos, colocando una ventana que servía para tirar por allí la basura, y colocando a su vez un caño o drenaje que daba al arroyo, por donde se arrojaban los deshechos orgánicos, siendo esta una de las formas en que aparecen los primeros retretes o sanitarios en Abasolo.
La leyenda de la llorona se extendió por muchos años, siendo este un motivo para que la gente evitara transitar los arroyos por la noche.
Verdad o mentira esta es una leyenda que se apropió de Abasolo durante muchos años, asentándose dentro de la Monografía, por ser un fenómeno que le da vida a Abasolo e influye en el uso de sus arroyos, que lo atraviesan de Sur a Noroeste, pasando los dos principales arroyos, por el centro de la población.